Considerados como el equivalente extratropical de los ciclones tropicales, los vientos provocados pueden llegar a los mismos niveles, aunque su ciclogénesis sea completamente diferente.
¿Cómo se forma este fenómeno?
La interacción del aire y del mar tiene una gran importancia en la formación a gran velocidad de un nuevo ciclón, es decir, un sistema de baja presión, al confluir la diferencia de presiones entre una gran masa de aire frío y una cálida. Lo extraordinario del fenómeno es su rapidez, ya que la presión atmosférica baja en torno a 24 milibares en 24 horas o menos.
Una de las principales causas de formación de estos ciclones es la inestabilidad baroclínica, un mecanismo meteorológico que proporciona energía en la atmósfera terrestre, basado en un estado de equilibrio atmosférico en el que las superficies isobáricas e isopícnicas no son paralelas.
Aunque otras causas continúan siendo objeto de debate, absorber los restos de un cliclón tropical puede desencadenar una ciclogénesis explosiva. Al margen de la zona del trópico, las cuatro regiones más activas son el Atlántico Norte, el Pacífico Noroeste, el Pacífico Sudoccidental y el Atlántico Sur.
Un recorrido por la historia de las grandes ciclogénesis
Durante los años que tuvieron lugar entre 1940 y 1950, los meteorólogos de la Escuela de Meteorología de Bergen comenzaron a apodar a algunas tormentas marítimas como “bombas” debido a su gran ferocidad.
Aunque en los 70 el término ya fue utilizado por el profesor Fred Sanders, no fue hasta 1980 cuando se puso en común al publicarlo en un artículo del Monthly Weather Review. Desde entonces, este fenómeno se ha ido registrando periódicamente.
Una de las mayores ciclogénesis explosivas de la historia de nuestro país fue Xynthia, que tuvo lugar del 25 al 28 de febrero de 2010. Con su origen en Canarias, se desplazó con rachas de viento de hasta 167 kilómetros por hora hacia Francia, donde incluso destruyó carreteras.
Antes de eso, en 1998, una ciclogénesis explosiva que arrasó el Cantábrico se cobró la vida de los ocho tripulantes que trabajaban a bordo del pesquero vasco Marero. En 2013, Gong también dejó un gran rastro de inundaciones, desprendimientos de tierra, caídas de árboles y desbordamientos de ríos, sobre todo en Galicia, donde se registraron vientos de más de 143 kilómetros por hora y 56 litros por metro cuadrado de lluvia.
En el otoño de 2017, la borrasca Ana también dejaba a su paso vientos de más de 140 kilómetros por hora y ponía en aleta por riesgo extremo a nueve provincias. A pesar de los avisos para tratar de adelantar la operación retorno del puente de la Constitución, miles de personas se vieron afectadas por las carreteras incomunicadas, complicando las operaciones aeroportuarias con 141 vuelos cancelados. Las borrascas Félix y Hugo también mantuvieron a casi 30 provincias en alerta amarilla por fuertes vientos y precipitaciones el pasado año.